El humo que se escapa de mi boca son los restos de mi alma, se abre paso entre mis labios y dejan todo impregnado de ese tufo a tabaco de segunda que todos odian, se disuelven entre los murmullos matinales incomprensibles homogéneos de la miasma de carne que flota a la deriva en todas direcciones en calle 48.
Vendedores de navajas y libros con hojas en blanco decoran el paisaje.
La desolación de estar solo entre la multitud, del no poder y, por esa misma razón, no querer pertenecer, fundirme, desaparecer. Un zángano inconforme, un ladrillo fuera de lugar, un escupitajo en las baldosas.
lunes, septiembre 26, 2011
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