Me gustaría tener fé para decir
que todo es sagrado,
gritarlo como la Smith gritando a Ginsberg gritando.
Y sentir el crescendo de la Iluminación,
como un escalofrío o un quinteto de uñas en el pecho,
pero cual es sentido de la luz sin ojos que la vean?
Al menos me queda el fuego en el pecho
del recuerdo cercano
de la lucidez de la risa espontanea y la baba chorreante,
quererme desde el fondo del tacho,
que no es fondo sino
ya sabés como viene la mano,
escarbar hasta sangre y hueso
y si da el envión un poco más.
Buscar la Iluminación en colchones sucios
en pasados dudosos y futuros que ni te digo con mujeres
de las que es mejor no hablar,
en envases vacios en humo agridulce en moquitos agrios,
en las puertas portátiles de la percepción en la punta de la lengua,
y nada que dure, jamás Iluminación permanente.
Y ahí está la gracia,
un chispazo,
lo suficiente como para gritar en una esquina
los versos de Rimbaud
o si los propios, mejor todavía
estar desnudo bajo la lluvia,
pasarle la lengua a unos labios recién descubiertos,
como Colón y los vikingos.
Y después la verguenza
y la certidumbre.
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